SUEÑOS Y CAMINOS




El patio de los leones luce impresionante, los arcos construidos por geniales arquitectos dan la sensación que podrían resistir el peso del mundo sin crujir. Las fuentes de agua van dando un sonido nuevo a medida que avanza la mañana, como si fueran combinando todas las músicas del tiempo en una sola melodía. La guía, una belleza ibérica que seguramente lleva en la sangre del ancestral recuerdo de los sultanes que edificaron el monumento, nos va dando lecciones de historia, de conquistas y de llantos de los que habitaron el inmortal palacio, el mismo que en árabe significa “qa’ lat al-Hamra” o castillo rojo, nos habla del monarca nazarí con el que, el magnífico palacio alcanzó su máximo esplendor Mohamed ben Al Hamar y del último morador que junto a su madre tuvo que huir dejando para siempre al ALHAMBRA, sufriendo el reproche de ésta cuando soltó sus lagrimas al dejar atrás la joya arquitectónica que había sido símbolo de su poder, la misma que un arranque de verdad le prolifera una inmortal frase “ no llores como mujer, por lo que no supiste defender como hombre”. En el patio de los espejos, que no son otra cosa que enormes fuentes de agua, que reflejan la belleza del cielo y la naturaleza que las circunda, fueron el principio de lo que ya había surgido entre Fernando, estudiante de una Universidad de la Capital española, venido del país de los andes, del que fuera el más grande imperio surgido en el continente que descubrió Colón en 1492 el mismo que, se convirtió después en el virreynato que le dio el mayor aporte de riqueza a la real España y, Henrriete, la rubilinda, menuda y grácil francesita, nacida en las costas de Marcella, la ciudad que goza del baño eterno que le da el Mediterráneo y donde el sol en la época de verano, pareciera no terminarse nunca, belleza con la que se había conocido en el estruendo casi carnavalesco de las fiestas de los San Fermines, en Pamplona, una tarde en la que Fernando corría como alma que se lo lleva el diablo delante de los enormes miuras, pues fue ella, la menuda Henriete, la que viendo que era inminente la cogida del astado, opto por halarlo hacia la protección de la barrera construida especialmente para la encajonada, con tal fuerza que su cuerpo fue a dar al suelo resistiendo el peso de Fernando. Frente a la fuente de los espejos, su manos ya juntas empezaron a transpirar, trasmitiendo el calor que sentían ambos en sus cuerpos, sus miradas hablaban para si los sentimientos que iban brotando en un tropel diáfano y cristalino de deseos contenidos desde la fiesta brava…El recorrido por la reliquia musulmana llegaba a su fin, lo que significaba que había que pensar en el retorno a Madrid para que luego Fernando emprendiera el largo viaje de retorno a su patria, puesto que los dos años de la maestría habían transcurrido con una velocidad tal que no dio tiempo al recuerdo.

Fernando admiraba a Henrriete, por la hermosa cabellera blonda y los azules ojos que contrastaban con el cielo que cual majestuoso techo hacía que el Guadalquivir de coloración similar al lejano río de los inviernos serranos, trajera a la mente de Fernando el lejano recuerdo de la hermosa adolescente que se quedó para siempre en sus sueño, la mujer por la que pensó en conquistar al mundo, pero que el destino se encargó de llevarla por otros vértigos de vorágines que no vuelven. Henrriete se encargó de sacar a Fernando de sus absortos pensamientos cuando le espetó en un francés que traspasa el alma: Lesquel penses-tu mon amour?, a lo que Fernando sin parpadear contestó resuelto en su chapuceado francés que hacía reír tanto a Henrriete: Dans des terres éloignées, une riviére fantastique et une belle femme (en lejanas tierras, un fantástico río y una bella mujer), y es que Fernando hubiese querido, hubiese deseado que esa bella mujer a la que evocaba por lejanos tiempos fuera la Henrriete que a esa hora estuviera en su brazos…

Conchucos, el pueblo de casas con tejas rojas, con reminiscencias españolas, engrampado en un hermoso valle interandino de la sierra ancashina, traspasado por dos hermosos ríos que en invierno se convertían en fieras que mugían espantando almas de sueños desbocados, era evocado por Fernando, cuan lejano de sus sueños, a miles de kilómetros de distancia. Pensaba en su madre, la adorable campesina andina a la que no veía hacía casi diez largos años, pensaba en la adolescente que besó una tarde cuando las campanas de la iglesia repicaban llamando a los parroquianos para escuchar los padrenuestros que Cristo jamás había escuchado, pensaba en su recuerdos de noches llenas de luna cuando había prometido amores imposibles bajo los troncos de centenarios alisos, cuando de nuevo fue interrumpido por la voz dulce de Henrriete: Sabías que al-wadi al-Kabir, significa “río grande”?. No, contesto Fernando saliendo del marasmo de pensamientos en los que estaba sumergido. Me hace recordar a un hermoso río que, en los meses de invierno hace lo que le viene en gana en la pampa de mi tierra, cuando arrasa cuanto encuentra para llenarse de lodo y exterminar a las truchas que con tantos deseos atrapamos en sus orillas….Había pasado tanto tiempo desde que Fernando vio por última vez al bello pueblo en el que viera la luz, por cuyas calles había ido construyendo sus sueños. Regresaría, si, para buscar en el tiempo algún sabor de otros tiempos, para recibir el abrazo tierno, diáfano con olor a leña, con olor a tierra, con olor a madre, para poner su cabeza en el hombro que tanto extrañó, regresaría para ver el sol bajar como un tropel por la ladera de El Brujo, pero nuevamente revolvía en su mente los besos tiernos de Henrriete, pensaba en la despedida y esperaba que el camino de la vida los vuelva a unir algún día. La tarde se hizo, el Guadalquivir se veía a la distancia como una serpiente negra y el recuerdo de un majestuoso castillo se hizo grande en el tiempo. Así son los pasajes que la vida nos da oportunidad de tenerlos, de vivirlos y sonreírles mientras está con nosotros, el tiempo que se vive es el tiempo que se tiene, Henrriete quedó por siempre como uno de los más hermosos recuerdos de Fernando sucedido en otras tierras, de lejanas, completas, bellas y a veces tormentosas culturas, son los tiempos y Fernando sabía que esos tiempos eran suyos, que los que vengan eran los sueños que, si llegan habán que vivirlos, como los estaba viviendo junto al Guadalquivir, sobre una tierra por la que habían caminado conquistadores y conquistados que a su vez conquistaron a parte de los ancestros de Fernando en la lejana tierra a la que él regresaría y por la cual guardaba el más absoluto amor. Son los tiempos de la vida, porque a la vida es la única mujer a la que tenemos que esperarlos parados.

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